Aquel lunes, el país parpadeó.
Un segundo lo tenías todo en marcha, y al siguiente, silencio.
Sin luces. Sin máquinas. Sin llamadas. Sin café.
Solo ese hueco en el pecho que te deja saber que no puedes hacer nada. Que tu negocio —como el de tantos otros— está apagado. Y no por ti.
Lo llamaron "apagón". Pero fue algo más: un recordatorio. De lo frágil que es todo.
Durante varias horas, industrias enteras se detuvieron. Comercios cerraron la persiana. Los datáfonos se quedaron mudos. Las líneas telefónicas, caídas.
Y cientos de responsables de empresa llegaron a sus oficinas para descubrir que no podían ni encender el ordenador. No había energía. Las puertas automáticas no abrían. Los servidores, apagados. Todo el esfuerzo, suspendido en el aire.
Según la CEOE, las pérdidas podrían superar los 1.600 millones de euros. La ATA estima que solo los autónomos perdieron 1.300 millones. Algunos analistas sitúan el impacto máximo en los 4.500 millones, el equivalente al PIB diario de España.
Pero más allá de los números, lo que quedó fue la sensación de vulnerabilidad. Porque da igual si eres una gran industria o una tienda de barrio: si no puedes trabajar, pierdes.
Las investigaciones apuntan a una desconexión repentina de varias plantas de generación en el suroeste peninsular —posiblemente solares— que desestabilizó la red. Minutos antes ya se habían detectado oscilaciones de tensión y frecuencia en varios puntos del sistema eléctrico europeo. Todo eso, sumado a la alta penetración de energías renovables y a la falta de interconexión con Europa, pudo generar el efecto dominó que apagó la Península.
No fue un ciberataque. Tampoco una tormenta. Pero bastó un desequilibrio para detenerlo todo.
Y ahí está la lección: si un fallo técnico, sin intención alguna, puede paralizar industrias, comercios y comunicaciones durante horas... ¿qué podría pasar si alguien sí quisiera hacerlo?
Lo ocurrido ese día fue visible. Medible. Noticioso. Pero hay otros apagones que no hacen ruido, y que son igual de devastadores: los ciberataques.
No necesitan cables, ni tormentas. Solo una brecha. Un descuido. Un clic.
Y entonces, los ordenadores se bloquean, las webs caen, los datos se cifran, los clientes no pueden contactar y tú, de nuevo, no puedes hacer nada.
En Nubip lo hemos visto. Y por eso insistimos tanto en proteger no solo lo físico, sino lo invisible: el tráfico de tu red, tus accesos, tus sistemas.
Muchos negocios sobreviven al límite. No tienen margen para perder un día, ni una mañana. Y sin embargo, siguen sin proteger lo que los mantiene vivos: su capacidad de funcionar.
Si el apagón del 29 de abril nos enseñó algo, es esto: no somos tan invulnerables como pensábamos.
Pero también nos enseñó algo más: que es ahora cuando hay que actuar. Porque si no fue un ciberataque esta vez, ¿quién garantiza que no lo será la próxima?
Desde solo: